El Cuaderno

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Internet no era esto — Parte I

07 de abril del 2019

Gráfico de un cerebro mitad humano mitad robótico
En esta serie de artículos pretendo exponer unos cuantos conceptos íntimamente relacionados con el uso de la red, pero que no venían incluidos entre los principios que la vieron nacer.
Son esas claves que han corrompido Internet y, como consecuencia, nuestra sociedad actual.

Los algoritmos

Internet no nació para encerrarnos en una burbuja corrosiva sino para abrirnos al mundo y descubrir una gran variedad de formas, culturas y opciones.

En ese sentido los algoritmos de YouTube nos parecen milagrosos cuando reconocen una canción tarareada, pero con su éxito también han conseguido convertir lo anormal (entendido en el sentido más radical posible) en una cultura de nicho que se retroalimenta a sí misma para autoafirmarse:

Algo cortocircuita en mi cabeza cuando me planteo que la mejor opción ante casos así es censurar y modificar los algoritmos para evitar que se forme una comunidad en torno a estas ideas. Porque en el ADN de Internet (y el mío propio) está la idea de libertad por encima de todo, pero jamás creímos que una libertad codirigida por algoritmos y personalidades públicas podrían desencadenar algo así.

Realmente los algoritmos de YouTube, Instagram, Facebook o Twitter están muy bien planteados: buscan que en todo momento nos sintamos cómodos en sus redes a costa de ofrecernos el contenido más afín a nosotros en vez de llamar nuestra atención sobre esas personas que tenemos olvidadas para fomentar el restablecimiento de relaciones sanas.

Entiendo la necesidad por parte de las redes sociales, pues una persona cuerda no tiende a pasarse tres horas diarias en su red social preferida si se encuentra una y otra vez con gente dispuesta a desmontar todos sus esquemas mentales.

Cajas de medicamentos y cápsulas con logotipos de redes sociales desplegadas sobre la mesa

El resultado a corto plazo de este fenómenos algorítmico siempre ha parecido inocuo, pero si lo analizamos a largo plazo nos encontramos con que de forma casi irremediable nos lleva a encerrarnos en una burbuja corrosiva que nos impide percibir una amplia realidad.

Los extremismos políticos que han surgido por todo el mundo no son solamente un ciclo natural de la historia como resultado de la crisis económica, pues están totalmente potenciados gracias a estas burbujas sociales en los que la Internet social nos está encerrando.

Quizás el problema de fondo siempre ha sido que nadie debería necesitar ese feedback continuo que potencia nuestro ego en las redes sociales, pero resulta que todos lo ansiamos de algún modo u otro. ¿Por qué no acabar, entonces, con los algoritmos sectarios y buscar una nueva alternativa más sana y ética?

En el sector público y las ONGs llevan un tiempo vigilando estos temas tan espinosos, pero siempre desde un punto de vista defensivo. Claro que se puede señalar matices de desarrollo de Inteligencia Artificial, pero difícilmente estos organismos podrán anticiparse a lo que el sector privado crea. Es el mismo juego de siempre: surge una nueva tecnología y cuando se abusa de ella comienzan a legislar el tema.

Para eso se necesita que propuestas como las del Consejo Asesor de Ética de Google triunfen en el sector privado. Y, sin embargo, recientemente nos hemos encontrado con que esta experiencia piloto de Google no ha conseguido siquiera nacer debido a las protestas por su cuestionable selección de miembros.

Icónica imagen del "ojo" rojo de Hal 9000

Concluyendo con este concepto, sólo puedo afirmar que estamos condenados como sociedad si no exigimos cierto control ético a los grandes medios (públicos y privados) capaces de manipularnos.
Pero para que podamos llegar a ese punto como sociedad antes debemos percibir los peligros de la burbuja social en la que nos hallamos para tratar de explotarla.